La economía del comercio puede dividirse a grandes rasgos en dos partes. Hay una parte microeconómica que se ocupa de las pautas del comercio de determinados tipos de bienes, sus causas, como la dotación de factores y los costes, y los efectos sobre el bienestar, siendo los conceptos clave la ventaja comparativa y los beneficios del comercio. Por otro lado, hay una parte macroeconómica que se ocupa de los volúmenes globales de comercio y de los pagos por los bienes comercializados, así como de sus relaciones con los tipos de cambio y las condiciones macroeconómicas nacionales. Ambas partes pueden estar vinculadas, como en el documento de Dekle et al. mencionado por emeryville, pero lo más frecuente es que se consideren por separado.
El concepto de balanza comercial pertenece a la parte macroeconómica, aunque los economistas suelen utilizar el término más preciso saldo en cuenta corriente que incluye el comercio de bienes y servicios y algunos otros artículos. En general, se considera que un déficit continuado por cuenta corriente es perjudicial porque la salida neta de fondos no puede satisfacerse indefinidamente agotando las reservas internacionales de divisas del país, y debe equilibrarse eventualmente con una entrada de fondos asociada al aumento de la deuda internacional y/o a la propiedad extranjera de activos nacionales. El objetivo moderado de un equilibrio en la cuenta corriente evita dos desventajas del mercantilismo, que pretendía lograr un superávit: en primer lugar, conducía a conflictos porque era imposible que todos los países tuvieran superávit, y en segundo lugar, reducía el bienestar, porque las restricciones a las importaciones hacían que no se obtuvieran plenamente los beneficios (microeconómicos) del comercio.
Así, la balanza comercial o la balanza por cuenta corriente sigue siendo un concepto importante en la macroeconomía del comercio.