Está claro que la posibilidad de ir a la huelga es una baza de poder efectiva para los trabajadores. Sin embargo, también está claro que cada huelga que se lleva a cabo es una pérdida: el empresario pierde dinero inmediatamente, la empresa empeora su situación económica, lo que presumiblemente reducirá también su capacidad para pagar los salarios, y el sindicato pierde dinero al pagar a los empleados sin que se produzca ninguna actividad productiva.
Así pues, a todos nos interesa negociar de forma que se reduzca al mínimo el número de huelgas, que sólo deberían ser una medida extrema, reservada para los casos excepcionales de cada dos años, cuando los negociadores no consiguen llegar a un acuerdo a tiempo. (Lo que debería ser especialmente raro en el caso de las grandes empresas, donde los negociadores son profesionales especializados en estimar cuánto se puede hacer ceder a la parte contraria).
Sin embargo, al menos en Europa central y septentrional, las grandes huelgas son un fenómeno muy regular. En Alemania, sólo el sector del transporte perturba a todo el país (¡otra pérdida más!) casi todos los años yendo a la huelga.
¿Por qué? ¿Qué está fallando?